El sudor mi rostro quema,
y en ardiente sangre rojos
brillan inciertos mis ojos,
se me salta el corazón.
Huye, mujer; te detesto,
siento tu mano en la mía,
y tu mano siento fría,
y tus besos hielo son.
¡Siempre igual!. Necias mujeres,
inventad otras caricias,
otro mundo, otras delicias,
¡oh, maldita sea el placer!.
Vuestros besos son mentira,
mentira vuestra ternura,
es fealdad vuestra hermosura,
vuestro gozo es padecer.
¿Por qué murió para el placer mi alma,
y vive aún para el dolor impío?.
¿Por qué si llazgo en indolente calma,
siento, un lugar de paz, árido hastío?.
¿Por qué aún fingirme amores y placeres
que cierto estoy de que serán mentira?.
¿Por qué en pos de fantásticas mujeres
necio tal vez mi corazón delira,
si luego en vez de prados y flores
halla desiertos áridos y abrojos,
y en sus sandios o lúbricos amores
fastidio sólo encontrará y enojos?.
Mujeres vi de virginal limpieza
entre albas nubes de celeste lumbre;
yo las toqué, y en humo su pureza
trocarse vi, y en lodo y podredumbre.
Y encontré mi ilusión desvanecida,
y eterno e insaciable mi deseo.
Palpé la realidad y odié la vida:
sólo en la paz de los sepulcros creo.
Y busco aún y busco, codicioso,
y aún deleites el alma finge y quiere;
pregunto, y un acento pavoroso
¡Ay!, me responde, desespera y muere.
¡Oh cesa!. No, yo no quiero
ver más, ni saber ya nada;
harta mi alma y postrada,
sólo anhela descansar.
En mí muera el sentimiento,
pues ya murió mi ventura;
ni el placer ni la tristura
vuelvan mi pecho a turbar.
Pasad, pasad, mujeres voluptuosas,
con danza y algazara en confusión;
pasad como visiones vaporosas
sin conmover ni herir mi corazón.
Ven, Jarifa; tú has sufrido
como yo; tú nunca lloras.
Mas, ¡ay, triste!, que no ignoras
cuán amarga es mi aflicción.
Una misma es nuestra pena,
en vano el llanto contienes...
Tú también, como yo, tienes
desgarrado el corazón.
JOSÉ DE ESPRONCEDA