A la niña que un día fui, hoy la abrazo y la ciño a mi pecho, le entrego el amor que faltó y cubro su soledad con mi tardía figura, le sufrago a concebir que tarde llegué, pero llegué y me quedé, que el fantasma de la noche no llegará a su cama escondido en la oscuridad como el de un malhechor que roba los sueños y calcina inocencias, a ella le digo con la suave voz que esperó escuchar, no estás sola, arroja los miedos, nada tiene el poder para anular tu quimera y cortarte las alas, nada puede difuminar tu sonrisa blanquecina y apagar la luz inocente de tus cavernas.
A ella le seco las lágrimas que recorren como un río en hilo la curva suave de su mejilla y toda la sábana de su alma, aun frágil, aun sin negrura y picardía, le quito la turbación y las miserias, la tomo en mis brazos y afloradas en la ventana le muestro que el mundo no es ese oscuro espacio y ese amargo momento, sino aquel valle verde y esperanzado con el que Dios vistió esta amable tierra y su bonanza.
A ella la llevo a las aguas cristalinas de un riachuelo que baja por la montaña, alivio las grietas que se esconden en la profundidad de sus ojos de olimpo, casi perdidos en un abismo de nostalgias y miedos, retiro la sangre que destilan sus rodillas cuando en la huida, caía una y mil veces en la mala hazaña del aquel malhechor, la aliviano de la carga amarga de un temprano despertar, no de la luz de un nuevo día sino a esa miseria que cobija muchas veces el alma.
A la niña que un día fui, hoy le coloco el calzado, el suéter y un pantalón que no invite a la obra negra de la intromisión. Y ahí, sentadas en la orilla del aquel riachuelo en sus ondeadas aguas nos vemos el rostro del antes y el después, a ella dedico estos versos y las incontables caricias que le reservé, en mi ser he creado un huerto cálido de esperanza que abarque sus vacíos y calme su desconsuelo y millones de besos azucarados que para ella por décadas contuve, cuentos de hadas en la noche y abrazos en su afable despertar, a ella le doy la garantía de que mañana existe, de que todo era un mal sueño y le ofrezco el arrullo eterno de mi abrazo, a la niña que un día fui, le pido perdón por mi tardía llegada y su precoz despertar.
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Katty Sáenz
Long Island, New York (USA
Octubre 16 01 de 2020
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