Y la noche me consume
con un sol invisible,
con unas manos
que danzan en el aire.
Me atenazaba,
como un triguero que vuela
y regresa a su rama.
Nunca me perdí en caminos ajenos,
tú eras el camino que yo recorría.
Vagué, como una luz flotante,
clara e hiriente,
como un cometa lento,
que surca la tierra, no los cielos.
Pero fue tu voz,
y el susurro de mi alma dormida,
la hoz que cegaba lo verde,
el viento sutil
que acariciaba la mañana,
la estrella intermitente
que enviaba señales
a través de mi ventana
y más allá de los horizontes
que acechaban.
Fue la lluvia,
que en la pupila de sus gotas
hablaba del presente;
el sol del mediodía
y un relente suave que surgía;
hablaba y prendía el rojo carmín
que tus labios afilaban,
penetrando mis sentidos,
mi piel y mi mente...