El sonido del latoso segundero
me mantiene, ausente, en vilo.
Bajo el velo nocturno del cielo,
el tiempo vela el insomnio mío.
En un suplicio de sueño tardío,
ruego a los dioses por sueño,
suplico a Tánatos e Hipnos
que cierren mis ojos negros.
Fluye mi hastío cual río
atravesando el infierno:
Lete, Aqueronte, Cocito,
Estigia, Flegetonte… ¡no duermo!
Cuando irrumpa mi piel el frío
y el silencio envuelva mi cuerpo,
y yazga sobre el suelo umbrío,
¿será el fin del tormento?
—Felicio Flores.