Me dio vergüenza pensar en mi muerte, mis mejillas se ruborizaron ante aquella idea lejana, casi ajena, ¡Me dio vergüenza! Como un enfrentamiento que llega de pronto, imposible de eludir, como si yo misma me encontrara haciéndome trampa. La tele me acompañaba de fondo, mientras mi mente generó esa mancha negra de la que nadie quiere hablar, casi como moho en crescendo. Un pensamiento nocturno y nada más; con ideas de esperanza y redención, llegue a la conclusión de que lo único permanente es la transitoriedad, el cambio, lo que fluye. Lo que no cambia se estanca y se pudre. El río se asemeja a la vida, fluimos conforme a la corriente dando origen a caudales y venas que dan de beber al mundo. Circulamos hasta multiplicar vida, conocimiento, lo que contenga nuestro recipiente mental. Así es la expansión de la conciencia, me digo a mi misma casi como un salvavidas a mi pánico ante perder mi existencia, para apaciguar al verdugo que vive dentro de mi. Mientras volteo de reojo a ver el programa que continúa en la tele aportándome nada más que compañía, pero con una diferencia, quizá calmé yo misma mi tortura, soy mi veneno y mi antídoto, mi laberinto mental está sujeto a cambios que no puedo impedir. Lo único que es permanente es la impermanencia.