Majestuosamente el orbe de fuego apareció,
regalando calor a un delta amaneciendo,
un santuario bendito de la paz
para los habitantes indíginas,
incluso la flor y fauna.
*
En su lucha para alcanzar la luz,
atravesando la bóveda de las hojas,
aun más alto crecen plantas y árboles,
inundados en tumbas acuosas
al llegar las lluvias tropicales.
*
El calor sufocante del mediodía
sobre remansos humeantes,
un patio de recreo para delfines y nutrias,
a veces cubiertos por mantas de plumas,
de color blanco y rosa de garzas de visita.
*
Un cielo teñido con el resplandor de un atardecer,
poco antes del encanto de un crepusculo,
cuando coros de chicharras comienzan su serenata
en este refugio bendito, aún virgen y libre
de intrusos decadentes.
David Arthur ©®