“Eh bien, continuons.”
(Final de la escena 5. Huis clos. Jean Paul Sartre)
El silencio, mudo fantasma,
todo el edificio invadía,
sólo el gotear de un grifo mal cerrado
de puerta a puerta se repetía
como un eco en el fondo de un alma
que sabe que no tiene alma…
De repente, murmullos,
el volumen va creciendo,
va acercándose la algarabía
penetrando en todas las estancias,
hasta ese momento, vacías…
Ruidos de mesas,
de sillas que se deslizan,
de palabras altas,
de voces entremezcladas
con alguna que otra sonrisa.
Y al frente de todo este alboroto infantil
un cuerpo permanece tras una mesa,
sobre ella unas manos unidas,
sobre los hombros, una cabeza cabizbaja,
que lentamente, empieza a levantarse
y ya en el aire se dibuja su perfil…
Unos ojos relampaguean;
después, una mirada;
los gritos van desapareciendo;
el mobiliario deja de quejarse
y, justo en ese mismo instante,
de aquella cabeza mana
una delicada voz grave,
una voz como en suspense:
“¡ Y bien,… empezamos…!”
Y retorna el silencio de otrora
y regresan las ávidas miradas
ansiosas de recibir enseñanzas…;
y se llenan los silencios
con las gotas de aquel grifo
y con las sabias palabras
de ese maestro querido.