Esteban Gracia

Diarios de un desconocido.

Un joven con el alma sucia y su recipiente aún nuevo, casi perfecto.

A su derecha hay una hoja, esta misma siendo portadora de los más humanos sentimientos que han podido ser plasmados en papel.

A su izquierda un arma, aquella que será testigo de el último suspiro de un futuro fallecido, porta en su interior el último parpadeo, logrando esta ver por vez última los sentimientos del joven desde la raíz, brotando desde las entrañas para plasmarlas sobre la pared con un rojo intenso.

Sentado sobre una vieja silla de madera, hambriento desde hace dos días, sediento desde hace un día y con el alma atrofiada por el vaivén de las decepciones a si mismo desde hace veinte años ya. 

Con el más profundo avismo en su interior, con un frío desolador, con una soledad airada que sin temor a hacerlo desvanecerse en llanto, cubriendo su cabeza con sus manos, manos manchadas de culpa que gradualmente se atreven a soltar aquello a lo último que ha logrado aferrarse. 

Paseando vigorosamente el que dirán, aún rodeando la idea de dar una vergüenza más, el ahora su suicidio. 

Mejillas ruborisadas por ahogar sus gritos en desesperación, brotando de sus ojos las lágrimas más pequeñas que podrías imaginar. 

Buscando una pequeña pizca de valor para poder hacerlo, un motivo, un sentimiento aún peor. 

¿Por qué ha sido más grande mi pena que mi alegría? 

Las últimas palabras de un joven en la oscuridad. 

Y en aquella pared, el más hermoso paisaje creado.