Como surco sobre la yerma tierra,
me atrevo a soñarte,
arañando con mi voz las horas del silencio.
Vuelta la espalda hacia el olvido
y el corazón abierto al mar
para dolerme de cada herida tuya.
Y miro al mar,
a través de tus ojos ausentes,
y no lo veo sino en su confusión
de inmensidad, sumido en la nostalgia
de su propio eco cuando el sol
desanda el horizonte, pues ya la noche
se cierra a los caminos donde de vagar
hacer premura el viento.
Mas, aún, puedo ver el mar,
a la ciega luz de mi memoria,
en la cercanía de la playa,
en sus arenas fatigadas,
enrocándome en cada intervalo de ola...
y su rumor es un llanto que no cesa.
Hirviente batahola
que en su belleza evoca eternidad.
La eternidad de aquel
que, siendo oceánica gnosis,
epítome de azules ecos,
fue nudo propietario de esa heredad
del tiempo que es la tierra.
Vinieron a encontrarse tu soledad y la mía,
vinieron a encontrarse como se encuentran
las aguas del mar y de los ríos.
Nada sabías de mí, en cambio yo
de ti todo desconocía.
No me digas tu nombre, guarda ahora silencio,
voy a llamarte brisa, brisa de mar adentro.
Olvida las palabras, tienta en la oscuridad,
que converse tu tacto allí donde arde
mi pecho, nido de mis silencios.
No hallarás amor, mas si la bienvenida
de un tímido consuelo.
Vinieron a encontrarse tu soledad y la mía,
vinieron a encontrarse cuando ya habían
descendido las aguas del deseo:
tu descosías la vida buscando sus secretos,
mientras a mí iba royéndome los quebrantados huesos.
\"Arena en los bolsillos\" (2014)