Haz Ámbar

Muerte y destrucción

Caen las hojas sobre el charco;

las farolas lo están notando...

Andas a solas por un campo

surcado por el vuelo de pájaros

tan rápido... Caen las hojas, 

emisario de algún mal que crece, 

imposible, en la sombra.

Tú lo eres y aún mejoras

cuanto más lejos de mi lado,

te deslomas por un sueldo irracional,

y esta hora es, lo siento, la fatal.

 

Todas las drogas que suben

se diluyen con la aurora

si las nubes lo consienten

cuando llegan cuatro sólo. 

Yo no sé realmente 

si llegas a entender algo

de lo que dentro va sobrando

y escupo como el veneno

de esas lenguas que se doblan

y no florece ya

ninguna de las flores 

que plantaste en el jardín. 

Ojo avizor. 

Rondan las cosas este instante

sin amor en mi cajón

soñador de mares rojos, 

de metales, de cerrojos. 

Todavía no se sabe quien enterró al traidor, 

tan feo tras sus anteojos

que algunas deliraban, 

le figían un interés impropio. 

Sin código en las noches de insomnio

mi sonido al olvido evoca, 

las palabras que salen por esta boca 

son la dosis de ilusión

que no retorna... 

Es la infancia tan veloz

que no la cojes

ni jugando con un dardo 

a darle al error, 

lubricarlo

para que encoja. 

Estoy desubicado:

no me encuentro

entre otros;

incluso así estoy solo

y lejano cantando en mi interior

como una sonda

de ración. 

Conmoción la implora

un ratón

corriendo por la alfombra

hacia su tope:

entrar con tremendo premio

para todos

los que aquí tocan.

No tengo nada

que cambiar 

en mi personalidad

(supongan).

 

La flecha del azar

fue a clavarse en la cara

del misterio de tu estancia

encapsulado.