Yo pisaré la tierra consagrada
viejos condados de la edad del hierro
donde viví con los pies informes y deshinchados
adquiriendo la duodécima palabra
que se ignora e ignora lo tangencial.
Aún ruedo en el juego de la palabra.
Y las amapolas que crecieron en verano
en tu pelo se detienen formando arreboles
de caracoles noctámbulos. Es la lluvia,
madre arcana, que dibuja sobre tu cuerpo,
una inmensa tela de araña.
No tengo nunca la última palabra.
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