Tus ojos eran mis dos bellas ventanas de cristal,
por donde se asomaba, tu alma cada mañana.
Tu boca, tu boca, era del pecado la manzana.
Tu voz aterciopelada competía con el zorzal.
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Tus ojos eran para mí el embriagante nopal,
al verlos fijamente me convertía en profana.
Tu lánguida mirada se me hacía La Gran Sabana
y me trastornaba de tus manos, el toque sensual.
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En esas horas tristes de virginal dolor, sólo rezaba.
Te veía inmenso e imposible y sólo atinaba a llorar.
No me juzgo, solamente evoco triste, ese mi cariño.
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La mocedad tiene historias, en la mía, reía y lloraba.
¿Cómo se puede afirmar que una moza sabe amar?
Al final, comprendí que, mi amor, era amor de niños.