Un caserío
estaba abandonado
y solitario.
Cerca del bosque,
al lado de un gran río
que le besaba.
Allí nacieron
los niños del relato
que nos ocupan.
Y allí aprendieron
el habla de las aves
y el de los bosques.
El grave cuco,
los robles señoriales
y los castaños.
También las hayas
crecían en parcelas
junto a los pinos.
Cuervos y alcones,
águilas y palomas,
todos charlaban.
De aquel jolgorio,
crecieron y aprendieron,
día tras día.
Luego crecieron,
marcharon por la vida
a la ciudad.
Pero, sin duda,
guardaron el recuerdo
del caserío.
Rafael Sánchez Ortega ©
11/05/22