Presa táctil del espejo,
la ágil rosa
aniquila su intemperie,
entre los desmayos
que entretienen al pez
y la exagerada pulcritud
del ángel
por desaparecer.
Territorio innombrable
de la caricia baldía,
cuerpos salvajes
sin otra intención
que tatuarse el deseo
de la huella del tiempo.
Belleza
que carcome mis sentidos,
de ver como el amor ciego
insufla al aire
un despertar más solitario
que el cristal.