En tu mente fuiste
saludo enérgico pleamar excesiva o vid que deglute,
exigente taumaturgia vapor conciso,
muerte, muerte! En los latidos
se oyen los cementerios procedentes-.
Nupcias de caracolas terrestres,
esfuerzos detenidos en la palabra boca,
desintegrado en las paralelas corporales,
latidos iniciáticos que humanizan un verso.
Confluyen en mis labios supremas bilis
no escucho el aire cálido de las siete y
en mi boca, se mueren los putrefactos
organillos de las tierras solas.
Disnea o respiración tumefacta.
Monos que intentan colarse en la fiesta.
Relámpagos que inyectan su comitiva
proteica, ese esplendor de las cosas ambiguas,
cuando son auténticas: objetos marmóreos
sin la facultad de oír. En las comisuras,
quedan las palomas cenicientas del olvido.
En los márgenes la prescrita voz de la ceniza,
aquello que pendió del laberinto, como cosa muerta,
apenas dicha, o mencionada; ese latido que
demuestra su vocación insistente.
Pero en las plazas, en los vestuarios, equipamientos,
tristes son los ojos que oscurecen sus ámbitos higiénicos:
voy trastabillando
por la calle pantanosa. Latidos, sí, que fueron
alondras o perdices maltrechas.
Me voy al sur. Decidí.
Oh sur orgiástico de venas palpitantes
arterias que simulan su voz de plasma,
su eco de membrete impostado/ razón fúnebre.
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