“Mi reino no es de este mundo”
Dijo el Maestro, y ahora lo comprendo.
Y sé que es mucho más que un manifiesto,
es la verdad que hiere tan profundo
que siento acaso mi costado abierto.
No puedo ya con esta marcha incierta;
no pueden ya mis pasos con su huella.
Se arrastra y duele el alma, casi muerta,
porque sigue el camino de una estrella.
Del cieno del pesebre, levantarse
vencer la tentación en el desierto;
cambiar el agua en vino, el vino en sangre.
Después, resucitar al que había muerto.
¿Quién pretende siquiera semejarse
al polvo que ha pisado tu sandalia?
¿Quién puede a la injusticia revelarse
sin temor a que exista represalia?
Maestro, tu enseñanza no es terrena;
sin embargo, en la tierra esta simiente
de fe que tú plantaste, fue colmena
de miel que ha desarmado a la serpiente.
Enséñame Maestro, la más cruenta
de todas las batallas hoy me asecha .
¡Que pueda perdonar cualquier afrenta!
¡Que pueda ser espiga en tu cosecha!
El pozo de mi fe se encuentra seco;
soy un vaso imperfecto, un odre viejo.
Has que en mí tu palabra encuentre el eco
y que escuche mi oído tu consejo.
Maestro, tú conoces mis pecados,
mis oscuras pasiones, mis errores.
Mas pueden, por tu mano, ser borrados
si cambias mis espinas por tus flores.
Hoy mi alma está desnuda, sin abrigo.
Maestro, tus conoces mis anhelos
¡perdóname! que quiero entrar contigo
como un niño, en el Reino de los Cielos.