Viento, detente,
no fuerces a las ramas
de los castaños.
Deja que bailen
y lo hagan a su modo,
y cuando quieran.
Pasa, si acaso,
y roza, con caricias,
las viejas hojas.
Viento, cautivo,
de instantes y secretos,
sigue de largo.
No te detengas,
no quiero chismorreos
ni tus susurros.
Vete muy lejos,
allá donde los niños
nunca te alcancen.
Viento salvaje
que llegas del nordeste
a nuestras costas.
Te conocemos
por ser el compañero
en las jornadas.
Sin ti, los mares,
carecen de aliciente
para la pesca.
Rafael Sánchez Ortega ©
16/05/22