Alberto Escobar

Este sí es el mil.

 

Si no te conozco, no he vivido; 
si muero sin conocerte, no muero, 
porque no he vivido. 

—De mi ilustre paisano Luis Cernuda.

 

 

 

 

 

 

 

 

El amor es otro de los temas
que toco pero con cuidado
—digo con cuidado 
porque está tan manido
que temo que si lo prendo
con que sea un poco mínimo
de fuerza con mis dedos 
fuera a romperse.
En este milésimo intento
de escribir bien es cita obligada
este sentimiento, que es eso,
el sentimiento de los sentimientos.
He procurado siempre que lo tomo
—aunque es cierto que lo tomo poco
por ese miedo que confesaba suso—
darle un tono místico —como Rilke,
el místico de los místicos—, diferente 
a lo que se estila en esta página 
y en las páginas que pueblan la Literatura. 
No me gusta el amor de entregarse
a otro a menos que ese otro seas tú.
Entregarse a otro es deshabitarse a sí mismo,
y un cuerpo desposeído de corazón
no puede latir, no puede vibrar...
Este verso, o versos, de Luis confiesan
el amor que se frontispicia 
en lo alto de los rótulos de las calles,
porque el amor al otro es abnegación,
y la abnegación es una virtud teologal.
La abnegación no se sustancia
sin contrapartida porque sería un vaciarse.
La abnegación solo se explica 
cuando la obsesión ha llegado a pandemia,
te asola el organismo y desarma el entramado
cósmico de tu cabeza, y pierdes el cohete
de vuelta a la tierra, al humus —humano
viene de humus, no lo olvidemos nunca. 
Eso sí se lo subscribo a mi Luis 
—tengan en cuenta que mi instituto
se llamaba —ya no— Luis Cernuda—,
eso de que no muero porque no he vivido.
La muerte, si no es punto y final
a una historia con planteamiento
nudo y desenlace no es nada,
es solo un borrón en el suceder
de una escritura en tinta sobre papel
que es la misma vida, un garabato,
un error tipográfico, una errata
—esta palabra tiene un aire
onomatopéyico que me fascina,
porque una errata es tan maligna
como una rata en un trigal. 
Y qué me dicen de este tema:
La Soledad; no la virgen llorante
que se da cita en tantas obras de arte,
no, sino aquella que al que la rechaza
carcome y al que la quiere maravilla.
La Soledad como madre del arte...
Este milésimo me ha salido 
con el tono narrativo que leéis,
porque en el fallido anterior,
que como ya confesé fue concebido
tal si fuera este, me desmadejé 
según el tono poético que merecía
la efeméride. 
Os dejo solo, nada más era agradeceros
el paso a verme en tantas ocasiones,
las lecturas tan concienzudas 
que en algunos casos he recibido
tratándose tan solo de un soñador,
de un escribidor de montañas de orégano
y jardines de Arcadia, y llevarme a cambio
el que el tiempo por leves instantes
no corriera, que en su lugar lo hicieran
el cursor y la tinta impresa y las ganas
de seguir escribiendo como lo hago ahora,
y que sean montones las fechas como esta,
fecha señera y cierta.