Mis manos pagan por todos los azulejos que robaron mis ojos,
se encuentran marcadas por pequeñas gotas de tinta que derramé en cada escrito,
mi rostro ha marcado la ruta de cada lagrima derramada tal cual fotografía en mis ojos,
el tiempo cobra cada segundo de vida que despreciamos,
y nos quemamos en el fuego porque pecamos,
mis cabellos han decidido derramar su color en cada lavado,
porque su destino es colorear el color del bello cacao,
siento que la tierra me llama, en donde los gusanos liberan mi cuerpo de su carne,
pero aún no soy libre, el cielo celeste me recuerda a sus bellos ojos,
no eran azules, ni verdes, pero eran suyos,
que lastima vivir esperando a que me concedas el deseo de vivir juntos,
para descubrir que al final de la poesía nos terminamos decepcionando entre nosotros,
no soy joven, pero me mantengo viva en cada verso,
soy el aire que respiras y la melancólica tragedia del recuerdo,
mis caderas suenan y ya no siento mis dedos,
pero me enorgullece mirar la cara de mis nietos,
al fin y al cabo, son semilla de la niña inquieta que tarde o temprano terminará muriendo.