ANDEGR

Mishima

Mishima decía: «Es absolutamente erróneo suponer

que los demás están en posición de comprender 

nuestros sentimientos más profundos.»

 

¿Y qué son los sentimientos?

¿Quién los comprende?

La energía, el valor, la entereza, le da forma a cada suspiro,

suspiro de sabia sustancia eterna, suspiro de vida, sustancia maestra, 

y yo, poeta sencillo,

quien proviene de la nada la admiro y pienso:

«quiero llenarme de ella,

y llenar el vacío de cosas nuevas.» Sin embargo,

yace un rincón en mi profundo viril inconforme, que es invidente en la niebla del sentir,

el pozo de mis deseos se intriga fríamente con el tacto y con la forma del cálido significado metafísico del vaivén de las almas por el mundo intrínseco,

de las tiernas fragancias de lo oculto.

¿Y qué está oculto? Me pregunto.

Es así... y a pesar de, que las hojas amontonadas del infinito Árbol representan algo más profundo.

La obligación divina; aquella que nos aparta de lo salvaje, aquella de todos los días. 

Se une y se sumerge en la sustancia misma.

Desde allí avisa: ¡Juicio y cordura!

Y yo: ¡Bendita Sustancia!

Su suave oscilación pronto se vuelve dura porque proviene de la sangre vieja de indecente súplica, por ende,

¡No permita mi Dios único que mi corazón se achique!

Pues este es su aliento, y quien es duro con ello pronto se deprime.

¡Oh, sustancia! Entiendo tu contradicción y aún así

¿Qué es aquello que tu creador dice?

¿A quién he de recitar estos versos?

¿La que de mi está hecha? ¿La que de mi sentir se oculta?

Mis pasiones siempre leales disponen de la misma, de su bruma,

hasta que a tí vuelva, sustancia... y en polvo me convierta.

Ya que eres impaciente y buscas lo tuyo, no te alegres,

porque Él es quien te reprime.

Estética epifanía que me has dado, sea la consecuencia que sea, tomaré la Cruz sin dudarlo.

Y en este sentido a tí te digo, inspiración de antaño, te invito al combate como tú lo hacías antes. Sin embargo, ahora dondequiera que estés asume a quien te ha creado: 

Las hojas de Sakura se revuelven en tu efigie, porque hoy maldigo tu insensible corazón, endurecido por la espada, como si fuera diamante.

«Afortunado y feliz es el hombre que a Él teme, 

pero el que endurecido su corazón estanca, caerá en el infortunio para siempre.»