Alberto Escobar

Así son los trenes...

 

El tren parece el buscapiés del paisaje. 
La Linterna del acomodador nos deja
 una mancha de luz en el traje. 


—A vueltas con Don Ramón 
y sus greguerías.

 

 

 

 

 

 

 

 


Iba mirando el paisaje
con la avidez propia de un niño.
El tren salió lento de una estación
ya vieja, con una solera densa
y concentrada en las heces de las palomas,
en una arquitectura decadente
repleta de arabescos tristes...
Paulina me miraba con ojos expectantes,
la megafonía anunciaba mi pronta partida
y a cada palabra oída, con el reverbero
propio de los andenes desnudos, 
agitaba borroso cada recuerdo,
cada beso perdido en la tiniebla
de un ya no volverá.
Mis lágrimas hacían compañía 
a las de ella, al unísono, como fue
entre nosotros, un unísono constante,
incesante, noche tras noche, al fuego
de un amor que crepitaba como leña
en sazón y repleta de sustancia. 
Recibo el crujido del freno, se desata,
el vagón sigue el curso inevitable
de una gravedad que no entiende 
de quiebros ni requiebros,
que es inexorable a los hilos 
que se rompen porque así es la vida...
Voy girando el cuello, y con él la mirada,
hacia la estática posición de Paula,
que no osa moverse —o quizás la emoción
la mantiene atada al sitio— no fuera 
que algún transeúnte le impidiera
a su paso vivir en vivo mi tristeza.
Así me fui. Cuando la perdí de vista
giré al frente la mirada y contemplé
absorto la soledad del camarote,
el austero recamado de su tapicería,
su mobiliario demodé, su taraceado
arabesco, su...Todo por no dejar la mente
libre, por no dejar que me lleve a la tumba
caliente de su recuerdo, tan fresco
y tan frío, como cadáver irresoluble...