Me fui de ti. De la sal
de tus lágrimas de agua dulce
y de las correntías de los riachuelos
adheridos a tu asfalto.
De ti. De la calma chicha del ocre
mortecino de las farolas fúnebres
de tus avenidas. Me desprendí
de la crueldad dolosa del polvo
gris de tus ocasos verdes,
de tu cadalso marmóleo,
de la execrable lengua
de tu exterminio infame.
Me despegué de la piel la humedad
sofocante de tu recuerdo añejo
y el hastío desolador
de tu asfixiante parálisis.
Me arranqué de las uñas
el barniz ataráxico
del conformismo.
Miré hacia dentro
y descubrí mi carne putrefacta
desbriznándose entre las migas
que señalaban al olvido
el camino de vuelta.
No hay memoria para la raíz desnuda
de tu invierno eterno.
Sólo frío, muerte
y abismos.