Fátima Aranda

Y sin embargo…

Me fui de ti. 
De la sal

de tus lágrimas 
de agua dulce

y de las correntías 
de los riachuelos

adheridos a tu asfalto. 



De ti. De la calma chicha del ocre

mortecino de las farolas fúnebres

de tus avenidas. Me desprendí

de la crueldad dolosa del polvo 

gris de tus ocasos verdes,

de tu cadalso marmóleo,

de la execrable lengua 

de tu exterminio infame.

 

Me despegué de la piel 
la humedad

sofocante 
de tu recuerdo añejo

y el hastío desolador

de tu asfixiante parálisis.


Me arranqué de las uñas

el barniz ataráxico

del conformismo. 

Miré hacia dentro

y descubrí mi carne putrefacta

desbriznándose entre las migas 


que señalaban al olvido

el camino de vuelta. 

No hay memoria 
para la raíz desnuda

de tu invierno eterno.

Sólo frío, muerte 


y abismos.