Y llegó aquel caballero
con su espada y su armadura
que flamante su textura
le brillaba cual lucero.
Era un ímpetu guerrero
un corsario muy de altura
que luchando en la llanura
era un firme mosquetero.
Pero hiriéndolo una daga
en su vena yugular
hasta el suelo fue a parar
donde el polvo se propaga;
y dijo, antes de expirar:
«El que la debe, la paga».
Y así, murió aquel corsario,
que antes causó tanta muerte;
la muerte, que se revierte,
como un vital corolario.
Y el hombre que es temerario
que busca siempre vencerte
le llega también la muerte
en manos del adversario.
Y a quien con cruel saña urdiere
con su espada, con su mano,
quitar la vida al hermano
no sé, si también creyere,
el dicho de un campirano:
«Quien a hierro mata, a hierro muere»*