Silencio
En un mutismo inusual,
sin palabras que expresar,
mis letras hablan
y pintan mi pesar,
por el inesperado adiós
del hijo de un amigo,
que era como mío.
Una honda pena
que no puedo evitar
y requiere el desahogo
que voy a saciar.
Tal vez un abrazo fuerte
me alivie.
Quizás el perlar
de mi espíritu acongojado,
merme el dolor
o acaso, la exégesis
en mi sigilo,
mitigue mi desconsuelo.
Que herida, amigo y hermano,
difícil de cicatrizar,
por la ida de un ser magistral.
Todo tan repentino,
que pienso en el destino,
el que sin previo aviso,
sorprende con su desatino.
Lo cierto es que una saeta
que surcaba las alturas,
cambió de rumbo
y marchitó el petalo clerical.
Recompensa el suplicio,
la sublime adhesión a Dios,
donde mana su vocación.
En diversos lares
mostró fervor
por José Gregorio Hernández,
el beato y doctor,
que ahora apadrina
en su celeste rincón.
Se que estás en el funeral,
erguido y lánguido,
soportando el vendaval
que ahoga la aflicción.
Pronto nos veremos,
conjugados en hermandad, honrando su legado,
labrado en su efimero estar.
Que la tristeza sea breve,
permeable a la resignación,
y con fe, prosigas el camino,
sereno y con un café,
te acompañaré.
En medio del abatimiento,
surge la paz y grito, silencio!
Silencio porque son sagradas
las flores que perfuman
la casa de Dios.