Dicen que hubo de pernada derecho,
el señor feudal, del cargo abusaba
y a sus jóvenes siervas se llevaba
en la noche de bodas, a su lecho.
Debía el novio pasar ese trecho,
la bola del orgullo se tragaba,
¡y ay del pobre, que esa ley no acataba
y dejaba al marqués insatisfecho!
La sumisión del siervo era un abuso,
triste doncella con pena y recelo,
poco importaba quien fuera el intruso.
La ley del fuerte que clamaba al cielo
vasallo y siervo, en un mundo confuso,
y la nobleza, fríos como el hielo.