Hoy, después del mediodía, llegó el nuevo inquilino; demás está decir que todos, sin excepción, lo esperamos con ansiedad, atentos, en la puerta de la casa.
Los preparativos habían comenzado dos días atrás, luego de haber recibido la noticia telefónica desde la Maternidad, informándonos de su nacimiento, un poco prematuro según escuché comentarios.
Cada uno de la familia se ocupó de algún detalle, yo, por ser el más pequeño de la casa, no se me otorgó ningún quehacer especial, por lo tanto deambulaba de pieza en pieza, entretenido con el movimiento de toda la familia.
La cunita, fue bajada del altillo, siendo premiada con una fregada bien a fondo; acto seguido, el papi, rejuvenecido por su nuevo vástago, la barnizó dándole a la madera un tono cremita, muy agradable.
La señora encargada de la limpieza, Perla, se dedicó todo el día de ayer, a sacar brillo, no entiendo el porqué, pues, a mi entender, estaba muy limpia la habitación destinada al bebé.
No era una pieza propiamente dicha, si no, que al correr el ropero en uno de los dormitorios, y desplazándolo hacia la ventana, dándole un giro de ciento ochenta grados, resultó un cuadrado bastante amplio, que permitió darle cabida a la cunita y a una pequeña cómoda con sus respectivos cajoncitos. La entrada fue disimulada al colgarse desde el techo, una hermosa cortina llena de dibujos de ositos, perritos y corazoncillos, que transformaron el lugar en un rincón agradable y acogedor. Además se colocó en la pared del fondo un inmenso poster de un bosque con sus animalitos.
Todos estaban revolucionados, yo también. Iban y venían, órdenes y contra órdenes.
Al ver que no podía ayudar en nada, y para evitar molestar, me fui a mi rincón y me senté en mi cama, esperando que se renueve la calma.
Al medio día, a la hora del almuerzo, tan esperado por mí, observé que cada uno se agarró de la heladera algo, y crease o no, nadie se acordó de mí; por supuesto no recibí comida. Opté por sacar unas masitas de mi tarro, que por suerte estaba abierto, eran las especiales que el médico recomendó para los de mi edad, y nadie se atrevía a tocarlas.
Me adormilé. Al despertarme ya estaba todo medio obscuro, fui hacia la cocina y allí estaba toda la familia ocupada en la preparación de la cena; al verme aparecer, el papi me levantó en brazos y en medio de las caricias sobre mi cabezita, exclamó: -Pobre petiso, nadie se acordó de ti,¿eh? ¿Quién le prepara un buen tazón de leche con pancitos?
La verdad que no lo comí, más bien lo devoré, estaba calentito y muy sabroso. Mientras estaba en lo mío, el papi me explicó que yo, ya no era el pequeñito de la casa: el bebé había ocupado mi lugar, debería comprender que todos los mimos y especial atención, lo recibirá el nuevo componente de la familia.
Que le vamos hacer, el ser perro, tiene su pro y sus contras, ¿no?
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