Lluvia y aroma de mujer
Esa mañana, silente y
nublada,
me asomé a la ventana,
observé la rúa,
unidimensional y solitaria,
ocultaba la diversidad
social,
guardada en cada casa.
En el matinal instante,
el aroma de ella y su café,
cundia el lugar de energía,
de la álgida pasión de mujer.
De pronto, una lluvia fuerte
se desparrama.
Su burbujeante sonido,
serenatea el inicio del día.
Arrecia y llega la tormenta.
Relámpagos y centellas, irrumpen el sagrado hogar,
sus actores no sucumben
y, en medio del vendaval,
se pueden salvar.
Todo fue veloz.
Los truenos cesaron
y el cielo gorjeaba.
El efimero episodio
es vencido por la paz
y un faro de luz, advierte,
que el insólito temporal
no vuelva, y si lo hace,
sea canto de odas.
La calma siempre vence
y más, a la tempestad.
Se engrandece la quietud,
cuando no hay nada
que temer,
surge la virtud
en un bello amanecer.
De la citadina mañana,
surge la flor acorde
al petrichor.
Huele a tierra mojada,
perfume de la morada,
fragancia de miradas enamoradas,
que tenues y cabisbajas,
en la alcoba se arropaban.
El secreto atestigua el acto.
Escampa y el trinar de aves,
su dulce melodía,
cantan a los dos,
porque están unidos
en el amor y el honor.
Ambos en su nido,
corazones acelerados,
en silencio.
Pasa la lluvia
y el sol retoma su lugar,
y alumbra a todos por igual,
en una tarde que sonríe
con la serenidad.
Ya es de noche,
tiempo de meditar,
de amar y perdonar,
de trascender y soñar.
La lluvia cae,
acaricia el nortucnal que duerme.
El concierto continúa
hasta la madrugada.
Cesa la lluvia,
el alba se asoma
y clarea el nuevo día.