Miré tus manos
un tanto envejecidas
y abandonadas.
Años y arrugas
dictaban ese estado
inexorable.
La vida pasa,
nos hiere sin descanso
y continúa.
Ese tatuaje
nos marca fuertemente
y para siempre.
Días y meses,
de esfuerzos y trabajos
allí se esconden.
También conservan
el tacto irreverente
del cuerpo amado.
Recuerdo un día
que, a ellas, otras manos,
se compararon.
Eran de un niño,
el nieto tan querido
cual querubín.
Y vi las lágrimas
surgir de las pupilas
de aquel abuelo.
Rafael Sánchez Ortega ©
29/05/22