El viaje tuyo
fue largo e imprevisto,
sin avisar.
Amanecí
y ya te habías ido,
eso dijeron.
Y aunque corrí
no pude divisar
ni a ti ni al tren.
Y allí quedé
cuidando de tus sueños
que compartía.
Pasaba el tiempo,
los años se caían
del calendario.
Y la distancia
formaba una barrera
infranqueable.
De pronto, un día,
ya era yo un anciano,
tú regresaste.
Venías sola,
oculta en liso traje
de duro pino.
Y te entregué,
tus sueños y mis lágrimas
con mi cariño.
Rafael Sánchez Ortega ©
30/05/22