I
Una tarde muy florida
pintada de terciopelo
como azul intenso cielo
en la risa precavida,
una historia tan sentida,
pues ahora será grave,
y me lo ha contado un ave
que descubre su reflejo
y para ser bien parejo
les daré su propia llave.
II
Hoy que celebras tu día
haré que el pecho me ladre
y te lo confieso madre
que será una algarabía.
En este cuento diría
la presencia de una estrella;
la que en calles de Marsella
le susurró a un gran pintor:
confieso, muero de amor;
amor que el alma destella.
III
El pintor se llama Arturo
y es hijo de la doncella;
una mujer que es tan bella
que predicó su futuro.
Es un niño lo aseguro
que se inspira con el viento,
demostrando su talento
se volverá un caminante,
y en el sueño de almirante
va detrás del pensamiento.
IV
Con el lienzo puesto en mano,
se introduce a su camino;
por aspectos del destino
es un niño soberano
que quiere sembrar el grano
que germine la destreza
y habla a la naturaleza
con su voz tan misteriosa;
busco la perfecta rosa,
solo brinda su belleza.
V
Con pavor fue la repuesta
y en silencio le mostró
el jardín de Jericó,
la montaña y la ballesta.
Quiso decirle su apuesta
y mejor siguió el camino
el pequeño peregrino
con la duda y la sonrisa,
pues rezó bajo la brisa:
«Padre nuestro... hombre Divino»
VI
Los campos le sonreían,
los cielos solo miraban;
las mareas se abrazaban
y en coro le respondían.
Los árboles se movían
y pensó forjar su altar
lanzando el lápiz al mar,
se introdujo moribundo
con la idea que este mundo
consiste solo en soñar.
VII
Mientras lento caminaba
escuchó una gran sonrisa
que le dijo muy concisa:
has llegado, pon tu aljaba.
«¡Oh señora!» meditaba,
¿es usted a quien yo busco
y con un linaje brusco
observó tras el estanco,
la hembra vestida de blanco
proveniente del etrusco.
VIII
Lleva una banda de flores
y sus pies son una yedra,
sentóse sobre la piedra;
la fatiga de colores.
Ruiseñor de ruiseñores,
sé toda su petición
con la gnosis de algodón,
mira, ¿qué tanto te admiro?
y róbame este suspiro
que es la perla y sensación.
IX
La sorpresa del pequeño
dio limosna a la serpiente;
las consignas de la mente
dan cabida a cada sueño.
Le dijo, «tú eres mi empeño»
y te llamo majestuosa,
más feliz que toda cosa,
la mujer se volvió noble
y bajo un árbol de roble
el pintor pintó a la rosa.
Samuel Dixon [30/05/2022]