No es vivir en un claro de luna,
desprovisto de armadura,
lejos de la tinta envenada
con que se escriben los días
y se tachan las noches
en los barrios de la soledad.
Un alma sola, una pistola,
el hambre de los sueños
mudos de entendimiento,
las caricias del viento,
fríos con sobredosis
de razones sin eco.
Palabras sobreevaluadas
en el mercado negro,
corazones en oferta,
esclavos de las piedras
que sólo quieren rodar
donde el sentido despierta.
Los dioses se tapan los ojos,
las paredes que escuchan
no hacen más que llorar,
la mortaja es un traje de gala
y las noches los salones
donde la muerte invita a bailar.