Tal vez, la plata del cielo
que de la noche brotaba,
dibujada por la luna
señera, de la montaña,
se hizo mujer en la senda
perdida de mi esperanza
y Bajó a sembrar su nombre
en los senderos de mi alma.
Tal vez, el árido suelo
donde el silencio reinaba,
reverdeció sin saberlo
y el brazo se tornó ala,
el desierto, madreselva
y la madreselva rama
y en la rama fruteció
el amor y en él, su magia.
La penumbra de mi noche,
aún noche en la mañana
y al mediodía y la tarde
y otra vez de madrugada,
no me insinuaba la luz,
sólo anunciaba oscurana,
porque mi noche era eterna
como era fingida el alba.
La vida, que nombré vida,
sólo por querer llamarla.
para que de alguna forma
mi acontecer reflejara
y el deambular de mis pasos
y los sueños de mi alma,
era en el fondo tal vez
otra forma de la nada.
Si previamente a nacer
para el mundo yo era nada
y tantas veces pensé
que la muerte, descalabra
ese despojo que somos
cuando la existencia calla…
de nada, la nada nace
y con nadie tiene alianza.
Así pues el transcurrir
de manera resignada,
como transcurren las fiestas
de los huérfanos y parias,
se hizo penosa costumbre
y el hombre a todo se adapta,
por eso me conformé
con ser la espuma del agua.
Yo no sé si la riqueza,
la ostentación y la fama,
la autoridad y el poder
o el gusto por la alabanza,
hacen al hombre más pleno
o le alimentan la infamia,
tampoco si por más rico
puede ser menos canalla.
Y con ser nada, confieso
que de nada tuve falta,
no ambicioné la opulencia,
no me orné de oro, ni plata,
y no porque no tuviera
porque en verdad me sobraba,
mas todo lo hubiese dado
por una tierna mirada.
Pero la vida, maneja
nuestro destino con maña,
los sueños siempre son sueños
que se esfuman cuando aclara,
quien no sueña tiene todo
y al que sueña siempre falta
lo que al mundano le sobra,
con excesiva abundancia.
Yo sólo tengo mis versos
como sutil artimaña,
para no pasar la vida
como un guijarro en la pampa;
la pasa el perro y el asno,
pero hay que tener agallas
para luchar como un hombre,
sin que te juzguen mañana.
En esta contemplación,
mi vida, ya meridiana,
transcurría en el silencio
del sueño de la cigarra,
por cincuenta años, dormido
sin proyectos ni esperanza,
me hirió de pronto la punta
divina de su Alabarda.
Nunca pude imaginar
doncella tan agraciada,
tan grácil y tan bonita,
ni de tan dulce mirada,
de rostro tan marfileño,
de piel aterciopelada
y por si poco, dispuesta
a detenerse en mi playa.
Jamás vi en una mujer
tan lúcida la mirada,
ni tan honda, ni tan tierna,
ni tan expresiva y llana,
nunca contemplé ese brillo,
ni en las estrellas lejanas,
ni en la pátina de mar
que tienen las esmeraldas.
Ser preso de sus encantos
fue libertad para mi alma,
la renuncia, no es renuncia
cuando con ella se alcanza
una aspiración más noble,
¡Bendita fue su llegada!
pues no hay más dulce condena
que el amor para el que ama.
ANTIGONI