La rostridad
nos obliga a renacer
en el país del mediodía,
como asceta oceánico
de terrestres esperas
y miedos escénicos,
naturaleza amoral
de los paisajes invisibles
que sostiene la mirada,
donde las ascuas
se convierten en guillotina
de astros,
el aire desigual parece
gemelo del alma
y la raíz del agua
espejea aterrada
al contemplar su éxtasis,
pestañeo invocador
de una penumbra única
al fondo de la piel.