¡Qué será, que me viene dulce el vinagre!
Sin acritud,
como mi sangre floja,
como aire de varios días, paralizado
en su órbita nasal;
¡Que será, que estoy con mi traje negro!
Como hijo acogiéndose
ante su encarnada madre,
que desciende solo,
con su pecho unánime
a alcanzar puntualmente su corazón.
¡Que será! ¡Que ahora viene la pena...!
Con su mucho tiempo, desde lejos,
con su reconciliado rostro y sin sus hojas,
sin sus prolíficas ganas
de ser madre, midiendo el ritmo de sus pasos
alrededor de mi nombre!
¡Que será! Que ahora llega el aguacero
con su recuerdo,
todo cambiado,
como si fueran de otros mis tristezas.
¡Qué será que me viene el alma blanca,
como la nieve!
Sin su masa, sin su peso corporal
y con un calor arterial que llega,
linealmente,
hasta el pecho de mi tristeza;
Como será de tarde esta tarde,
que las luces pasan
como si fueran de una ajena romería;
Y en verdad me pongo serio,
ahora que no encuentro a mi padre
en su mes de agosto
y a mi hermano en su reír
de mediodía,
mientras todos se duermen todo el día.
Y viene el aire –ahora- como retoño
de aliento muerto y sin haberlo advertido,
con el sudor de la carne
que se cuelga de su espíritu, en un instante
grave y perpendicular;
Así es cuando el aire amargo se hace viento
y se ceba,
cuando en ese punto se inicia el parto del dolor,
la yerba del sufrimiento se hace suave,
solidario,
para el rostro que ha purgado
en círculos el exilio de la vida.