Jesús Rafael Marcano Guzmán

Alas de esperanza

Hace mucho tiempo cuando no existía siquiera la noción del mismo tiempo-espacio; sólo una profunda conciencia del vivir el eterno ahora, la diosa del mundo féerico, Aine reinaba con la luz del amor y sabiduría. ¡Era un reino de paz, felicidad, libertad y un profundo amor universal donde las tinieblas y la muerte no existían! Pero los tres grandes dioses elementales; Dios del tiempo, el destino y los sueños decidieron crear a los mortales junto a las leyes que regían el reino humano.

Aquellos seres a diferencia de los seres mágicos eran imperfectos y sus cuerpos estaban sujetos al tiempo y su deterioro porque se dice que en realidad los humanos son seres divinos que cayeron y fueron desterrados de sus reinos celestes, condenados al nacimiento, las enfermedades, el envejecimiento y la muerte hasta que puedan iluminarse espiritualmente y pagar sus pecados y sólo así retornarán a los cielos, liberándose completamente y alcanzando un estado de felicidad y libertad suprema.

Según un antiguo mito, la diosa Aine, la Reina de las Hadas, quienes eran criaturas mágicas superiores a los humanos, con forma humanoide femeninas o andróginas y con alas de mariposas o libélulas y que desprendía de su campo un brillo extraordinario como la escarcha de variados colores. La leyenda nos cuenta que las libélulas fueron las primeras en poblar lo que hoy conocemos como Europa, que eran hadas y que hace mucho tiempo los humanos no podían convivir con seres tan mágicos como ellas,  ya que son seres de naturaleza  superior; pero un grupo de hadas que se sentían encantadas por los humanos decidieron desobedecer a la hada suprema y ella se enojó tanto que las convirtió en libélulas para castigarlas; tiempo después, cuando la diosa Aine ya estaba más tranquila y pensando en el bienestar de sus hermanas, las quizo devolver a su forma natural de hadas, pero ellas dijeron que no, ya que en su forma de libélulas ellas se sentían más libres y podían convivir con los humanos sin temor a descubrir su naturaleza mágica, así que la diosa Aine no las regresó a su forma de hadas y ellas prosperaron con los humanos donde tuvieron descendencia  y así se pueden admirar hoy en día y no sólo eso, sino que los humanos en contacto con estos seres podían ser dotados de inteligencia y ser ayudados a cumplir sus sueños. Sin embargo con el pasar de los años donde la era industrial y digital amenaza con la destrucción de la naturaleza, con su filosofía del materialismo, los sentidos de los humanos cada vez se atrofian más debido a su ego y los seres féericos tienden a distanciarse y volverse invisible a sus ojos. Por lo cual la reina Aine junto a los tres grandes dioses primigenios con su gran amor y sabiduría emprenden un plan para salvar a la humanidad, enviando de entre los tres dioses elementales a uno de ellos que sería ese revolucionario que con sus heroicas hazañas cambiaría el curso del destino de los mortales. 

Este elegido sin embargo viviría como humano y padecería sus sufrimientos hasta cumplir su misión y finalmente se elevaría hacia los cielos nuevamente. 

Esta es la historia de una joven soñadora que habitaba en una tierra mítica y aislada del resto del mundo, conocida como taured, ubicada en la región de Normandía, en esos pueblitos pobres de Francia, donde caen los copos de nieve como la lluvia, rodeada de un inmenso bosque de saúcos. Aquella joven de nombre Anne-Sophie, que prefería ser llamada por su apodo la petite-Sophie o la pequeña Sophie, una adolescente de estatura bajita como un lutin, delgada y frágil, piel blanca, cabello largo y verde viridián y ojos del mismo color de su pelo. Anne-Sophie siempre tenía por costumbre escribir poemas en solitario, pues era una joven bastante distante y de pocos amigos, además vivía en un pueblo aislado de las principales ciudades de Francia; en lo recóndito de las montañas, rodeado de bosques añozos. Hubo una vez cuando el crepúsculo matizaba los cielos y escribía sus poemas de pronto sintió su alma ser arrancada de su cuerpo hacia las páginas del libro donde estaban escritos sus versos.

—¡Q-Qué sucede? —Se dice a sí misma sorprendida la damisela, viendo una inmensa luz al frente de ella que encandila sus ojos.

Aquella luz blanca cubre todo su cuerpo dejando a la pequeña Sophie  completamente inconsciente y flotando por lo que parecía un torbellino que tenía parentesco a la garganta de una gigantesca serpiente tragando a su presa.

Al pasar quizá medio día finalmente la jovencita yacia inconciente sobre el verde pasto que se extendía a kilómetros de un lugar muy extraño. Los rayos del sol acarician sus párpados y la pequeña mortal despierta, abriendo sus ojos lentamente.

—¿¡Qué es este lugar!? ¿En dónde estoy? —Habla para sí misma, observando muchos árboles de tamaño colosal y también un campo de flores inmenso junto al verde pasto bajo sus pies que combinaba perfectamente con un cielo rosa en los horizontes como la lluvia de flores de sakuras.

Anne-Sophie comienza a caminar para seguir detenidamente a donde había llegado, sin embargo al dar sólo unos tres pasos y oye gritos de una muchedumbre y para su mayor sorpresa se trataba de un centenar de lo que parecía ser hadas de esos cuentos de fantasía de antaño en los pueblos celtas. Aquellas criaturas diminutas y con alas de insectos y destellos de luces raras como la escarcha en sus cuerpos, eran perseguidas por un inmenso dragón que escupe llamaradas de fuego que consumen las hermosas flores.

—¡Huyan! ¡Huyan por sus vidas! ¡Se acerca la Bestia del Inframundo!

—¿Cuál bestia? — Preguntó preocupada la joven.

—¿Qué acaso no sabes? — Preguntaron las hadas mientras volaban huyendo junto a la sorprendida joven que también empieza a correr y seguir sus pasos. No obstante asustada Anne-Sophie no vio un tronco de árbol viejo con el cual tropieza y cae sobre un charco, del cual intenta salir pero aquella criatura mitológica la toma en sus garras para devorarla.

—¡¡Sueltame bestia!! ¡Ahh! —Grita de pánico intentando escapar pero la descomunal fuerza del monstruo la supera y aprieta fuerte para aplastarla, dejándola casi inconciente. Sin embargo una multitud de hadas lanzan un ataque de luces brillantes de sus manos y con sus armas de un estilo pseudomedieval, que distraen al dragón mientras lo atrapan con unas fuertes cadenas de acero. La jovencita cae al suelo sin heridas graves y cuando intenta huir las hadas la detienen, apuntando a su cuello con sus armas.

—¡Vendrás con nosotras! — Mencionan una de las hadas que apunta a la joven con una de sus raras armas y enseguida la atrapan en una jaula de barrotes de oro. Emprendían un viaje hacia el reino féerico, la muchacha observaba a su alrededor muchas cosas sorprendentes en aquel mundo pseudo-medieval como ruinas de castillos antiguos como de Europa, fortalezas colosales, paisajes paradisíacos, criaturas raras como unicornios volando por los encantados cielos rosados, gnomos cantando y bailando y elfos de agilidad sin igual realizando acrobacias y maniobras, custodiando los muros del Palacio Real. Al llegar, las compuertas se abren y dejan ver a muchas más hadas muy bellas. ¡algunas tenían alas de mariposas y otras como las libélulas! ¡Realmente lo que veía era extraordinario! 

Caminando por un largo rato finalmente llegan a la sala principal y una puerta más se abre, dejando ver un imponente trono de oro puro junto a adornos de rubíes y amatista. Y sentada en su trono, con un cetro de oro y piedra de amatista pulida en su centro en una de sus manos, se encontraba una joven doncella de belleza extraordinaria, de cabello rosado y ojos del mismo color, su cuerpo de una sensualidad única y como todas las hadas, un brillo sobrenatural a su alrededor que en este caso era de color rosa como el cielo de aquel reino. Se trataba de la reina de las hadas Aine, Diosa también del aire.

—Y dime mortal: ¿Como llegaste a nuestro reino —Preguntó Aine con una voz dulce como el néctar de las flores y a su vez muy imponente.

—N-No se de que habla... ¿Qué es este lugar? No se tampoco quienes son ustedes o mejor dicho, que son ustedes. —Dijo la inocente jovencita sin saber aún en donde se encontraba y sorprendida de todo lo que estaba presenciando.

—¿Entonces dices que no sabes donde te encuentras? —Menciona la reina mientras una de sus consejeras de nombre Crystal, de la cual su cuerpo desprendía un brillo color azul celeste y un frío como el de Siberia, se le acerca y se dispone a pronunciar ciertas palabras:

—Su majestad tal vez esa mortal de atuendos sucios y malolientes  era esa princesa inmortal de los sueños que reencarnó en el mundo de los humanos —Susurró a la reina en su oído mientras la mayoría de hadas del consejo veían con sorpresa y detenimiento a la joven.

—¡No se de que hablan! ¡Éste lugar es muy extraño! —Dice aquella muchacha que de pronto empuja a una de las hadas y sale corriendo muy de prisa, asustada. Corriendo por su vida sin darse cuenta tropieza con una piedra y cae por un sótano viejo y polvoriento, con telarañas, recibiendo un golpe muy fuerte en la cabeza, causando que sangrará por una de sus sienes y  se desmaye.

Al despertar ve que todo a su alrededor estaba bien y no había rastros de ninguna criatura mágica de aquel extraño sueño. La pequeña Sophie camina alrededor de unos jardines, creyendo que todo se trataba de una pesadilla, cuando junto a las ramas de uno de los árboles de saúco ve una corona dorada y en su centro una piedra de jade y junto a la corona una nota. «Te esperamos Su majestad», leyó en su mente la jovencita quedándose como muda sin poder hablar...