Trajeado y con la inercia
de los pies descalzos
tallados en mármol,
una sonrisa fumadora
anegándolo todo
de ninguna sorpresa,
adioses frugales
cuando nuestra lar
se ilumina
con el color eléctrico
de la mariposa
a la caza de su propia fuga,
y la llama
se convierte
en una nueva huella dactilar
del silencio,
con su peculiar incertidumbre
de oquedades,
durante el apogeo de las máscaras
que caen interrogantes,
como un desliz de lluvia
gateando tintineos
gota tras gota
tan igual como diferente
a la tos de una polilla o tatagua,
en las fértiles superficies
de la repetición.