Pueblo de mi infancia, desde lejos
te presiento, con dolor mojado
y nubes pálidas en mi pecho.
El viento de mi añoranza
huele a montes y senderos.
Mi niñez no tuvo muros grises
ni mustias mañanas. Mis pasos
eran mariposas libres,
mis ojos el sol deshojaban.
Había un corazón invisible
en el arroyo o entre los árboles.
Bríos y juegos entre la siesta
perpetua y dulce, y adentro mio
el júbilo desparramado entre la idea
inconsciente de lo eterno.
Mis ansias vagaban ligeras
por callejuelas y campos.
Entre la brisa y el silencio la hilera
de mis mundos se ensanchaba.
Mi dicha era un amanecer de rosas,
mi candor, el más embelesado.
Yo era y no era hechizado infante,
era un petirrojo o un cardo,
un grillo imprevisto era, y también
un rumor lejano.
Pueblito amoroso en mi memoria,
hoy presiento que tu y yo
abrimos la puerta de una nueva vida,
plenos otra vez de nuevos universos,
donde la instantánea alegría
es un clamor entre lo vasto.