Poetadsym

Una nueva forma de hacer poesía

Ella quemaba en su desnudez; su cuerpo se prestaba así de forma desfachatada ante la lujuria de mis ojos. Y yo no lo podía evitar. Me era prácticamente imposible resistir a esos versos que florecían por cada uno de sus poros cual baile de inicio de primavera. Se me hacían irresistibles las ganas de poder resitarla con mis manos, de poder lamee sus rimas con la punta de mi lengua cual si fuera el mejor de los platos presentados ante el exigente paladar de un crítico gastronómico. Y ese.paladar yo sentía que estaba en la palma de mis manos; creo que solo con ellas yo podría disfrutar cada uno de sus sabores, rebosando así, sensual desde la punta de mi lengua, con cada una de sus rimas.

Entonces la noche se aprestaba para cualquier cosa. Quizá para seguir en la monotonía de una vida aburrida; quizá para perder por unos instantes en esa locura que invitaba cada cuerpo desnudo. Así la comencé a poseer. Nuestras sábanas no eran un impedimento para ponernos esos límites que ya no existían en la mente de los dos. Lentamente le comencé a amar a mi manera, de forma pausada y romántica. Pero a veces eso sobra y hasta aburre. Ya no es tiempo como para que el amor se sostenga en los pilares del respeto mutuo. Al parecer, en ocasiones así, es necesario poseer esas groserías a flor de piel. Y creo que ella así lo entendía desde antes que yo. Mientras yo le cantaba canciones al oído, ella jadeaba en forma exitante sus propias melodías; mientras yo le recitaba con mis caricias, para ella no le hacían mal un par de nalgadas bien dadas. Qué tiempos de locura son estos, pero creo que el verdadero amor así funciona, como para no perder ese toque mágico que se presenta desde la primera mirada.

Y entonces así yo seguía. Mi lengua bajaba a cada instante hasta sus abismos; y los labios de ella medían la oscuridad de los míos. ¡Vaya manera de hacer el amor por estos días! Ella en veces tomaba la iniciativa como si fuera experta en estas materias. Siempre se aprende algo nuevo con la belleza de una profesora desnuda sobre mí. Así que, yo mientras me perdía en sumisión, ella comenzaba a bailar sobre mí con esa melodía típica de la desnudez de sus caderas, y sus gemidos le daban ese ritmo que no cualquiera sabría bailar. Quizá solamente ella.

—¡Más adentro, perro!— me gritaba en forma enfurecida, como si desconociera la dama que a veces yo veía en la cocina. Reconozco que me era complicado seguirle el juego, pero intentaba hacer lo mejor de mí. Y entonces, así como envalentonado con sus insultos, la comencé a poseer a mi manera. Ahora yo era su dueño y profesor. Ahora era yo su tutor a quien debía obedecer. Pero ella parecía perderse en su propio universo.

—¡Dame más, perro!— proseguía así de forma casi poética. Y yo solo recobraba fuerzas para nuevos empujes. —¡Aquí tienes más! ¿No te es suficiente?—. Yo empujaba con más fuerza. De pronto, así como si nada, el final de la noche ya estaba al borde de nuestra cama, pero eso parecía no importar. Seguimos así varias veces hasta quedar extasiados de placer. Así, mientras yo le cantaba mis versos con mis intensas caricias; ella hallaba alguna forma de aplicar esa melodía a las notas de sus gemidos por el cansancio casi en agonía. Así, ahogando sus gritos con mis besos, en una noche yo aprendí una nueva forma de recitar una romántica poesía.