Eras el divino Señor, el Adán, de mis tormentos.
Contigo, vislumbré un presente lleno de alegría.
Todo fue una ilusión, por la fe que, en ti ponía.
No podré negar que tuve mis lindos momentos.
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Me enamoré de ti una aciaga noche y lo lamento.
No tuve para ti ningún reproche, eras la vida mía.
Nunca pensé que llegara amarte como yo lo hacía,
Sin embargo, me llené de odio y de agrios lamentos.
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Testigo fui de mis ocasos, no lo creía, pero lo viví.
Poca fue la alegría que contigo, mi alma disfrutó.
Hoy miro atrás y sólo veo de tu amor las cenizas.
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Quise embriagarme con tu amor y nunca te poseí.
Después de diez años, te vi y tu estado me impactó.
Ibas desaliñado y tu blanca tez se ha vuelto cobriza.