Uno no sabe en que momento puede aparecer, esa pieza mágica que te hace coger el mundo con tus manos.
En ese preciso instante, tu alma se llena de gozo, dejándose acariciar por esa ilusión que vino para quedarse.
Y te sientes bendecido con una piel que contempla amaneceres y plasma sobre un papel su tesoro más preciado,
la escritura.
Navegas por sus calles y te dejas embriagar por su música, crisálida de luz que esparce cuanto toca, ajena por completo
a otra fe que, no sea la de su inspiración, en la búsqueda de la comunicación y los deseos de ser y la interrelación.
Uniendo su voz con otras voces que respiren de su manantial, la creación y, ese acontecer de sueños.
Frente a esta arrolladora providencia que solo el alma conoce, se alzan otros dictámenes, la critica y los mal llamados
académicos que no conocen otra verdad que su juicio a favor de la forma, la métrica y lo estrictamente consagrado.
Y no es que mi idea vaya en contra de tu veredicto, ni impere sobre mi alma el deseo de retirada. Admiro el oficio de tu
arte, sobre todo cuando se lleva con elegancia y sabio conocimiento.
La cuestión a mi entender baraja otros criterios, como así lo afirma mi querida poeta paraguaya Elsa Wiezel
\"La poesía pertenece a una necesidad vital del ser humano que cuando adquiere tintes de compromiso se vuelve imposible
de vencer\"
Viniste desnuda dispuesta a acariciarme,
saliste del dolor y las ausencias de un tiempo lejano,
atreviéndote a deambular por mi ser y besándome en los labios.
Escuchar tu voz, tocar todas mis voces, desde ese mismo momento
desde aquella primera noche, me cogiste y te sentí,
dime ahora como puedo vivir ya sin ti.
Lauropolis