Ella era uno de esos poemas que rebosaban de erotismo por sus poros tan solo sentir un leve soplo de su respiración. En ese momento yo me perdía cual poeta extraviado en su poema, y fabricaba a la altura de su cintura mis mejores versos en con la humedad de mis labios. Así, lentamente la besaba con esa locura inusitada de los abandonados por ese toque de cordura que era necesario en esas ocasiones cuando se prueba una taza de café en la amargura de un sorbo. De esa manera, yo le hacía el amor con cada una de mis letras; su música parecía resonar en el fondo de mis rimas y luego se conjugaba con ese sabor que enloquecía mi boca en cada centímetro de su piel. Sin duda, era exitante ese verso que se perdía entre sus misterios. Yo lo conjugaba también a veces con mis caricias con las que yo pensaba que le llevaban a ese mundo sumergido en esa fantasía que brillaba en sus ojos.
Así era.
Era tan dulce el sabor de sus labios, como si fueran bañados por esa espesa miel, en donde yo también quería perderme y hacerle el amor con locura en tan solo un verso, para así amagarle la amargura de una noche en solitario consigo misma, y que entienda así de que, a pesar de las sombras, a pesar de la oscuridad que había en su cielo; siempre habrá un poeta con la sabiduría de dibujar cada una de sus estrellas en la eternidad de su cuerpo desnudo, para que así, al final de la noche, conozca el brillo que siempre habrá en ella, luego de observar el momento más oscuro de esas tinieblas, de las que solo en la gracia de un poema, sabrá salir a la luz de un amanecer en el brillo de un verso de erotismo y pasión que siempre perteneció a la poesía de una dulce doncella.