Con el turno de la muerte
se nos ofrecen reflejos
de agua omnisciente
que nos reconcilian
el haber sido rehenes
de un santo corazón
de vodka
que cazaba latidos de mariposa
en cada gota de sangre
que pudo memorizar,
mansedumbre de sueños grises
que muerden mis ojos
antes de vivir postizos
en un jardín de míseros espejos,
como si la luz del paraíso
caminara de hostigo
y su oscuridad
se pareciese a una noche de corcho,
de iluminación sumisa y tachón breve,
sometida a la hipnótica falacia
del péndulo
en una tierra de luto arlequinada.