Amigas sempiternas
Amigas sempiternas,
amables y bellas,
flores de mi ser
en cada amanecer.
Desde que las conocí
no dejo de recordar
los momentos bonitos,
que me hicieron feliz.
Ustedes, amigas mías,
están aquí,
en donde existo,
en los instantes,
cuando evoco
escribo y soy.
Como olvidar
las cadencias
de la juventud,
que le dieron identidad
a una historia común.
Solíamos pasear,
desafiando soles, lunas,
ríos y lluvias,
asumiendo roles,
y diversas vicisitudes.
Lo mejor de cada una,
se reflejaba en el actuar,
en Arenas, Cumanacoa
y hasta en Cocollar.
Ese mundo fraternal,
de fe y unión,
que yace en mi alma,
nos dejó el amor,
erigido en pedestal,
en cada lugar,
en donde estamos
y somos,
con la efigie del honor.
Muchachas, la amistad,
terneza de la vida,
es de corazón,
sincera y querida.
Jardín de querencias
perfuma las vivencias,
tristes y alegres,
en verano
y primavera,
en cualquier estación,
aparecen sus estelas,
su excelsa hidalguía,
su perenne gentileza.
Ni la distancia
ni las fronteras,
la opacan,
donde quiera que sea,
brilla y se destaca.
La amistad es eterna,
y si estuviera cerca,
sería mi cantera,
mi serenata,
que al son de versos,
recitaría en la cabaña,
en los cocos, en las plazas
o en la casa de la abuela.
Haríamos un sancocho, brindariamos,
dibujariamos sonrisas,
al ritmo de una canción.
Es que la amistad
es libertad.
Es libre de verdad,
voluntaria y natural,
nadie la impone,
es química,
es caerse bien,
dialogar y vencer,
lo que la convierte
en la reina del querer.