Había un canto recitado a un cielo de fantasías en cada poro de su piel. Era como ese tipo de melodías que se pierden en el olvido de una sola noche, como un ángel glorificado por esa lujuria que impregnada cada espacio de su cuerpo divino.
Así era ella.
Sus sentidos hacían mella en mi subconsciente, como ese poema que se queda atascado entre los estribos de mis rimas que asoman por sorpresa en la punta de mi lengua, esperando a ser recitadas como versos hasta en los misterios de su cintura, en donde yo siempre me creía perdido.
Aun así ¿qué sentido parece tener esta soledad alejada de su esencia, si cada uno de sus suspiros se han quedado recitando sus versos sobre mi piel, embelezados por su divina presencia?
¿Qué sentido tiene el perderme en lo recóndito de mis pensamientos, si solo es en cada espacio de su ser en donde yo me hallo en mis anchas, en donde se me da la oportunidad como pocas en la vida, en donde siempre yo me acallo con mis lujuriosas ansias?
¿Qué sentido tiene ser cada noche ese ángel que entre por su ventana, si mis labios en su presencia siempre parecen enloquecer solo por rozar los suyos en los estribos ardientes de mis fragancias?
¿Qué sentido tiene ser ese poeta suyo, acostumbrado ejercer con sus labios sus propias poesías, si en cada segundo yo me consumo en mi mundo, hipnotizado y embelezado por ser de ella su lujuriosa fantasía?