El mito del eterno retorno,
la eterna rutina —tan necesaria
y tan denostada...
Es el no salir de un círculo vicioso.
Es ver que las vueltas del reloj
son vueltas sin sentido, hámster
que cual un Sísifo que roe
va cabalgando sin descanso
y sin producto, en el mismo sitio,
en el mismo escalón infinito
de una escalera que caracol
va sinusoide a ningún lugar.
Es un repetir de repeticiones,
una fuerza centrípeta
que te llama a su centro
para cual agujero negro engullirte,
disolverte en energía para chupar
de esta toda la savia que contiene.
Es eso. Es un vertebrar constante
de columnas que sostienen una nada,
es una manera de estar vivo
sin vivir, solo ver pasar un reloj
que no tiene siquiera la decencia
de mirarte, de dedicarte aunque fuera
un guiño cómplice de compasión, nada.
Se te nota la madera rota, dices,
y es verdad. Tu piel es un concierto
de violas y violonchelos rasgando
el telón rojo del éxito, un dédalo
de carreteras que todas ellas llevan
al mismo paraje; tu desidia.
Es perderse, eres brújula sin norte.
Búscale el sentido al latido
de un corazón incesante, que quiere
y no puede porque le pesan las alforjas.
Estate aquí conmigo, en el seno del recuerdo.
Cuando duermas —no solo cuando reposes
la mejilla en la almohada— comprobarás
que estoy ahí, velando tu sueño, centinela.
Es así, eres así y así son los abismos, yermos
y profundos en los que al final, en el fondo
de los fondos, yace una boca que te deglute,
te regurgita y te renueva, volver a empezar.
Tu madera rota es la madera de los toneles
que viejo esperan un buen vino, y disfrutar...