Es la alborada y aún vagan
mis sueños indecisos.
Siempre vuelven las cosas pasadas
con su libro de nieblas
y malestar de escarchas.
Los dedos de la congoja,
que desde dentro me acarician,
a mi alma la deshojan.
Por breve minuto el mundo
es un oleaje de sombras.
De mi espíritu un manantial
de yertas ilusiones, brota.
En mí murió la madrugada
y quedó libre el pensamiento.
La inquietud con su espada,
me atraviesa el pecho tibio.
Afuera, el viento desgarra
el corazón del invierno.
Aleteos de nostalgia
se pasean en la alcoba.
Poblado, amores, infancia,
el cariño de mi madre,
irrumpen con distancias
de emociones y a mi razón
en lo hondo agitan.
Las cosas que ya no vuelven,
como un arroyo del bosque,
son antiguas e insistentes.
En las horas de la mañana,
entre lo transitorio y lo leve,
siento un abrazo frío
cercano a la muerte.