Impalpable, insensible, inocua ubicuidad,
intervención inexistente, interna
externa ni eterna; es el sino,
un simple camino construido a pasos
sin anuncios ni premoniciones;
enfrentando alambradas, espinas, rocas, muros,
un infinito desatar de ases
y lazos de dolor, muerte y llanto inacabable.
Qué solos quedamos los mortales.
Qué solos estamos y sin nadie,
con la mano extendida, y la confianza
finalmente, también perdida e inocua.
Ya no más llamad y se os abrirá,
pedid y se os dará,
nadie ya para vernos, escucharnos,
auxiliarnos o acompañarnos…
¡Nadie!
Me declaro abandonado y olvidado
en el universo,
lejos de alguna fuerza
de cualquier fuerza,
de ninguna fuerza;
hechos, dichos y prodigios
no volverán a caber nunca
en un tercer Testamento.
Inmerso en el polígono Orteguiano
como el resto del mundo:
“solo soy yo y mi circunstancia”;
puede alguien prevenirlo,
retrocederlo, cambiarlo…?, le importa acaso?
Así, me siento solo,
como el resto del mundo,
y no lo sabe,
o no quiere saberlo, saboreando aun
a cada instante la verdad de su soledad.
Así es.
En un cósmico abandono, sin remedio,
vanos estereotipos en ruegos, súplicas
ofrendas, imprecaciones…, no fueron
no son sino una burda
fatal pérdida de tiempo,
un derramar global de inútiles
lágrimas y esperanzas;
fuimos puestos y sueltos en el camino,
y al final del destierro,
de nuestro propio Gólgota,
si aguarda una postrera comparecencia,
su efecto nada importa,
improbable es, ilusorio, imposible, inútil es;
ya no será lo inexistente, lo trascendente,
ni gratificado, ni incinerado
-peor para siempre-.
Puertas al manifiesto culterano:
“solo cumple tener buen tino
para andar esta jornada, sin errar…”
Por lo demás, no temor a un postrero efecto,
al final aquí se queda todo, sin más;
no cabe que post peregrinar
en este desierto terreno
en este colosal destierro
aguarde todavía una condena perpetua,
ninguna deidad, por históricamente sanguinaria
que hubiese sido o existido,
lo haría.
¡Aquí se queda!
¡Aquí termina todo!
Bolívar Delgado Arce