Quiébrame el alma, desgarra las cuerdas
del violín gastado,
pero no te lleves tu desnudez secreta,
como oculta el otoño su raíz dorada.
Torna umbrío el surco de mi risa,
pero deja embeberme aún
de tu caliente saliva.
El viento muere en tu boca,
y tus dientes lunares cobijan
las últimas brasas de mis besos.
Enmudéceme las palabras,
pero recoge los minutos que nos quedan
de tu alma sobre mi alma.
Permíteme todavía contemplar
como quema la alborada
la nieve de tu rostro.
Estruja mis sueños como si fueran
papiros, pero abrázame
hasta que mis pétalos de niebla
caigan confundidos
aguardando el secreto de la primavera.
Mi razón embruja
si crees que huiré por las ciudades,
no sabes que un laberinto de tumbas
he recorrido hasta hallarte.
Tanto deambulé con mi muerte desnuda
que el recuerdo de haber vivido
precozmente se esfuma.