La melancolía no se va
La tristeza no se va
La nostalgia no se va
Todas ellas llegan para quedarse y acomodarse en mi pecho
Llegan de la mano, muy felices de tener compañía y un hogar nuevo
En realidad, siempre he sido su hogar, casi nunca se toman vacaciones
Trabajan todos los días del año, a todas horas
En los inicios quería erradicarlas de lleno, pero crecían mucho más
Igual que mis miedos
Y cuando el miedo dijo “hola”, y vio que tenía compañeras de juego
Tampoco se fue.
Llamó a la culpa y decidieron que serían mejores amigos
Llegó un momento en que solo aprendí a ignorarles, a seguir adelante a pesar de que me oprimían el espacio donde está mi corazón y lo hacían latir muy rápido
Pero me acostumbré a la presencia de todos ellos. A veces creo que nací con ellos dentro de mi cabeza, una herencia genética le llaman.
Luego hubo una época en que le di más importancia a emociones mejores y más productivas. La alegría de la amistad, el primer amor, la inocencia que para entonces aún tenía. La esperanza, que en realidad no existe, era un fantasma disfrazado de optimismo. Les di la bienvenida encantada a todos estos nuevos inquilinos.
Me sorprendí al darme cuenta de que convivían bastante bien. Así que me relajé un poco. Bajé demasiado la guardia.
La tristeza vino a mí llorando y reclamó mi atención junto con la rabia, la impotencia y el desconsuelo.
Yo no luché. Yo solo estaba mirando todo el caos que se desencadenaba en mi interior.
Sabía que no hacer nada iba a ser mucho peor.
Sabía que el abismo estaba ahí, esperando por mí.
No recuerdo si salté o me dejé arrastrar, pero caí.
Hasta ahora no he vuelto a salir.
He vivido aquí abajo por muchos años, es un sitio frío y húmedo. Hostil y oscuro. Solitario e incoloro. Mi pesadilla más grande es de color blanco. El negro es más real.
Algunas veces vuelvo a subir la cabeza intentando recordar qué se sentía estar arriba, pero es una noción vaga y poco clara.
Aplasté mi mente con drogas y alcohol y tabaco y muchas malas decisiones más. Una cosa que tiene el fondo del infierno es que siempre puede volverse aun peor. Y lo fue por mucho tiempo, cada vez iba a peor.
Sabía que el tren pasaría arrollándome, pero me recosté en medio de las vías a fumarme un cigarro. Estaba demasiado cómoda en mi asquerosa autocompasión como para mover un dedo.
Pero esa vez, y todas las demás veces, a pesar de desear la muerte tanto tiempo, me han rescatado.
Muchas veces me he quedado con el sabor amargo de todas las cosas que son aún peores que la muerte, impregnada de repulsión, hastío, desidia, impotencia…