Raúl Carreras

Tú, mi pizarrera

Hay decenios cuajados de recuerdos,
hay décadas eternas
que mezclan en la hondura de la mente
los vestigios de dichas y tristezas.

Hay un pueblo entregado a un sentimiento,
que vibra con la espera
de velar a su virgen en su ermita,
que acoge y que festeja.

Cien mil flores orladas de ilusiones,
hay lágrimas preñadas de promesas,
el pálpito turbado
de aquellos que hacen fe de sus ofrendas.

Hay sonidos grabados en el alma,
tejidos por dulzainas y maderas,
corazones exhaustos de emociones
y arraigos a la tierra.

Momentos que merecen ser vividos,
sentirlos a conciencia,
haciendo devoción de los afectos
y firme memorial de las querencias.

Son los ritos, historia y tradiciones,
costumbres que se heredan,
folclore que reviven sus vecinos,
que es parte privativa de su esencia.

 

Es el fiel entusiasmo de su gente
que ensambla hasta la médula
su amor por la patrona,
que los congrega en torno a la gran fiesta.

Es subir con mirada iluminada,
camino del Castillo, por su senda,
a flor de piel latiendo el corazón,
y pintado en los ojos su belleza.

Es Bernardos, mi gente y mis raíces,
su espíritu y nobleza,
la pasión con que adoran a una dama
que en clamor triunfal proclaman Reina.

El fervor de un impulso inexplicable,
la esperanza en la imagen que serena,
origen y motivo,
Madre divina, tú, mi pizarrera.